Si hay una profesión verdaderamente desprestigiada esa es la del economista. Y es normal. Cada día vemos como los economistas inundamos los medios de comunicación con predicciones y sesudos análisis, muchos de ellos contradictorios entre sí, que al cabo de un tiempo se demuestran profundamente erróneos. Es tanto así que popularmente se considera que el mejor trabajo del economista es el de predecir el pasado. Eso sí, a veces alguna predicción acierta y, como si de un ritual se tratase, comienza a considerarse que ese economista, que averiguó el futuro de alguna forma extraña, merece ser el gurú de todos nosotros. La cuestión es, ¿por qué sucede esto?
La gente percibe a los economistas como expertos científicos en su campo, lo cual es cierto, pero lo que se olvida con facilidad es que este campo es en sí mismo bastante tormentoso. La economía no es una ciencia exacta, como la física, y no puede predecir el futuro con la misma precisión que se podría predecir el punto de colisión de un cohete lanzado desde un monte en proyección parabólica y con una velocidad determinada. Más al contrario, la economía, como ciencia social que es, tiene que conformarse con estudiar sujetos sociales cuyos comportamientos son, por definición, impredecibles. Y además con el principal inconveniente de no poder repetir un mismo experimento, aspecto básico de las ciencias exactas. Así las cosas, ¿cómo operamos los economistas?
La realidad social es compleja y confusa. Observamos a nuestro alrededor y vemos a personas ir de un lado hacia otro, comprar en tiendas que a veces son grandes y a veces pequeñas y con distintos números de trabajadores, comprando diferentes productos, interrelacionándose de forma compleja. Lo que observamos se dice que es la realidad concreta.
Los economistas para entender esa realidad hacemos procesos intelectuales de abstracción. La abstracción es un proceso que consiste en abandonar, para nuestro análisis, los aspectos secundarios y que nos permite concentrarnos en la esencia del problema. Por ejemplo, dejamos de considerar a cada persona de forma individual (Pepe, Juan, María…) y los clasificamos a todos en un conjunto llamado Individuos. Hacemos lo propio con toda la realidad social, es decir, la reducimos a través de la abstracción a una serie de categorías conceptuales (Estado, Hogares, Trabajadores, Capitalistas, Empresas, Dinero, Bancos, Mercado de Trabajo, etcétera). Y con ese repertorio de categorías conceptuales construimos un “modelo”, es decir, una maqueta de la realidad social que queremos estudiar.
La construcción de nuestro modelo
El objetivo es crear una “realidad virtual” o un “falso mundo” que refleje, a pesar de su virtualidad, los comportamientos y la dinámica del complejo mundo verdadero. Por lo tanto, lo que queremos como economistas es que nuestro modelo o maqueta sea lo más parecido posible a la realidad que estamos simulando. Y para ello empezamos a colocar nuestras piezas en la maqueta, y a establecer reglas de cómo se van a interrelacionar entre sí dichas piezas, siempre con un ojo puesto en el mundo real (pues nuestro modelo debería ser una réplica del mismo).
En la construcción de nuestro modelo necesitamos comenzar estableciendo una serie de supuestos o pilares fundamentales. Después de definir qué es cada pieza (qué es un Consumidor, por ejemplo) necesitamos dar instrucciones de cómo se comportan (cuáles son los objetivos del consumidor) y qué límites tienen (para llevar a cabo ese objetivo), entre otras. Es evidente que todo este proceso es arbitrario y no objetivo. Podemos definir al consumidor como aquel individuo que adquiere productos en un mercado a cambio de un pago (y por lo tanto su limitación es el dinero disponible), y cuyo objetivo es la maximización del consumo (el cuanto más… mejor). Si establecemos esas reglas estamos asumiendo que todos los consumidores se comportan igual, y eso será un supuesto básico de nuestro modelo.
Una vez hemos seleccionado nuestras piezas y hemos establecido sus reglas de comportamiento tenemos que desarrollar el modelo. Tenemos que darle vida. Para eso usamos las matemáticas, que son una herramienta aséptica y que nos permite combinar todas esas reglas de comportamiento y estudiar cómo interactúan entre sí.
El siguiente problema es muy técnico pero de gran importancia. Nuestra maqueta no es física, sino teórica. No vamos colocando las piezas sobre una mesa sino sobre el papel, y establecemos reglas de comportamiento con ayuda de las matemáticas. Y claro, las matemáticas aunque muy elegantes tienen también limitaciones. Y una de ella, de primer nivel, es que necesita operar con aspectos puramente cuantitativos (dos más dos es cuatro, pero “interesante” más “penoso” no tiene sentido matemático). Así que en nuestro proceso de abstracción tenemos que abandonar todo lo posible los aspectos cualitativos.
Eso es parte de los problemas de medición. Y es que mientras los científicos de las ciencias exactas tienen bien definidas sus magnitudes para medir la velocidad, el peso y otras variables, los economistas tenemos que proceder a estimar nuestras propias variables. Los trabajadores se estiman por censos administrativos. Los precios se calculan a través de un indicador ad hoc bastante cutre. Todas las variables de la contabilidad nacional (consumo, inversión, etc.) son resultado de reglas contables que pueden cambiar. Muchas variables son resultado de encuestas (aquí los físicos deberían estar ya riéndose a carcajadas), y a veces puede verse hasta declaraciones heroicas del valor de una variable o, dicho de otra forma, que los economistas se inventan datos. Por no hablar del problema más grave de todos y que tiene una controversia (la controversia de Cambridge) que dura decenas de años y que destroza el pensamiento neoclásico: ¿qué demonios es el capital, en qué unidades se mide y cómo se calcula?
En cualquier caso, cuando ya tenemos disponible nuestro modelo o maqueta lo que hacemos es predecir comportamientos. Se supone que nuestro modelo refleja el mundo real, así que suponemos un determinado cambio en la actitud de una pieza del sistema y vemos cómo se mueve el resto. Nuestro modelo si está bien hecho se dice que es un “modelo cerrado”, donde todas las piezas encajan perfectas y por lo tanto pueden verse afectadas. Nuestro modelo nos dirá si habrá movimiento o no en el resto de piezas cuando movemos una de nuestra elección. Por ejemplo, suponemos que el dinero del consumidor ha aumentado y queremos ver qué pasa con el resto de piezas (Empresas, Estado, Impuestos, etc.). Los resultados de esos movimientos de nuestro modelo son nuestras conclusiones.
Y entonces, como economistas que somos y con nuestro modelo debajo del brazo vamos a los medios de comunicación y gritamos bien alto: “un incremento de la capacidad adquisitiva de la población conllevará un incremento de las ventas de las empresas y un incremento de los gastos del Estado, quedándose el número de gatitos en la ciudad de forma estable”. O lo que sea que nos haya dicho nuestra predicción.
El problema de la modelización
Hasta aquí ya todo el mundo debe haber comprendido que el carácter arbitrario de la elección de las piezas, su definición, el establecimiento de reglas de comportamiento y el tipo de supuestos asumidos son todos parte de un proceso mental, afectado de prejuicios, que nada tiene que ver con la ciencia exacta. Por lo tanto hay riesgo de error. En primer lugar porque nuestra maqueta puede no estar representando el mundo real y por lo tanto lo que nos pueda decir sobre el mundo fantástico nos debería importar bien poco. Y en segundo lugar porque en el mejor de los casos las conclusiones son aproximaciones a la realidad dado el carácter social de los elementos representados en las piezas y, por lo tanto, por la incapacidad objetiva de representarlos a partir de reglas de comportamientos fijas (o, dicho de otra forma, una persona no es un átomo).
Por estas razones se comprenden varias cosas.
Primero, que sólo algunos economistas acierten en sus predicciones y que no siempre sean los mismos (ya que el mundo real puede cambiar al producirse cambios bruscos en el comportamiento real de las “piezas”).
Segundo, que dado que hay infinidad de modelos también haya infinidad de interpretaciones diferentes. A este respecto los economistas suelen agruparse en “escuelas de pensamiento”, que giran alrededor de determinados supuestos fuertes que asumen de forma colectiva. Entre las escuelas de pensamiento más importantes están la “escuela neoclásica” (que fundamenta el pensamiento neoliberal), la “escuela keynesiana” (que fundamenta la socialdemocracia), la “escuela austriaca” (que fundamenta el ultraliberalismo) y la “escuela marxista” (que fundamenta el marxismo). Cada una de esas escuelas tiene un núcleo de pensamiento común (normalmente supuestos sobre los que comienza la construcción del modelo) pero luego puede tener ramificaciones debido a la incorporación de nuevas piezas, reglas de comportamiento o incluso a diferentes interpretaciones sobre los resultados del modelo.
En la actualidad la inmensa mayoría de los economistas están adscritos a la “escuela neoclásica”, pero por la sencilla razón de que es la teoría dominante y única que se estudia en las facultades de economía. La mayoría de los estudiantes de economía sólo ven los modelos neoclásicos a lo largo de su carrera y, por lo tanto, quedan contaminados por una visión exclusiva de la economía. Por esa razón, por ejemplo, emergió el movimiento de Estudiantes por una Economía Crítica (EEC) del que formé parte como estudiante y del que ahora formo parte como economista.
Porque el reino de la economía no es el reino de los técnicos o los científicos exactos, por más que algunos se pretendan hacer ver así para revestirse de supuestos poderes mágicos, sino del reino de la duda, la incertidumbre y la pluralidad. Y cuidado porque la economía es un arma muy poderosa.
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